Por: Farruco Sesto
El próximo 28 de julio tendrán lugar las elecciones presidenciales en Venezuela. De las trece candidaturas inscritas, hay una con la que me identifico totalmente. La de Nicolás Maduro Moros.
Aunque pienso que las razones que me impulsan a apoyar su candidatura son, en gran parte, razones compartidas por muchos, me parece oportuno aprovechar este espacio para exponer algunas de las que, en mi caso particular, me motivan de un modo especial.
Las desarrollaré en forma de decálogo. La primera de ellas es básica y rotunda. Y para mí, esencial. Me refiero a que Maduro es el candidato de mi partido, el PSUV. Un candidato que no fue nombrado a dedo por una cúpula, o autonombrado, como alguien con mala fe pudiera suponer, sino como resultado real, verificable, de decenas de miles de asambleas de base, compuestas por hombres y mujeres militantes, que debatieron su candidatura y que, aunque lo eligieron prácticamente por aclamación, lo hicieron a conciencia. Quiero decir que lo previsible del resultado, no disminuye ni un ápice su importancia ni su cualidad democrática.
Digo que es esencial en mi caso, pues, aunque me considero una persona en pleno uso de la libertad de pensamiento, es el compromiso partidista adquirido voluntariamente, lo que se transforma en razón indeclinable. Es decir, el sentido de equipo como parte de mi ética política. Y eso tiene un inmenso peso en el caso de muchos de nosotros y nosotras que venimos de más de medio siglo de militancia.
La segunda razón, también es de índole muy personal. Tiene que ver con la confianza y el gran afecto que, desde hace años, le he tomado a Nicolás Maduro. Ello con base a lo que se fue sedimentando de nuestra relación, pero además a partir de la certeza, constatada en diversas circunstancias, de su especial calidad como ser humano. Calidad de buena gente, digo, para que se me comprenda. No es esto poca cosa en el mundo en que nos toca vivir. Veo a Nicolás Maduro (y estoy seguro de que muchos compatriotas me acompañan en esto) como una persona sencilla, de trato afable y con excelente sentido del humor, carente de ambiciones materiales en lo particular, sin rencores profundos, ni odios de ningún tipo, trabajador a tiempo completo, culto, estudioso, con agilidad mental para comprender la realidad y darle rápidas respuestas, pero también con la tenacidad de quien sabe que el camino es largo. Siempre manteniendo la calma, incluso en los momentos difíciles, sin renunciar, como contrapartida, a la reciedumbre de carácter que todo dirigente ha de tener. Pues es un hombre de gran fortaleza espiritual.
La tercera razón que quiero destacar, y lo hago incluso a modo de agradecimiento, es la de su innegable voluntad y talento para defender la paz de la República y la concordia entre los ciudadanos, a pesar de las diferencias políticas. Es del todo innegable que ningún aspecto del paisaje de odio que cultivó con furia la ultraderecha venezolana en sus diferentes escenarios de influencia (mediático, político, económico, diplomático, etc.) tiene que ver con nada que haya estimulado Nicolás. Incluso a pesar de los varios intentos de magnicidio que ha sufrido. Por el contrario, sus llamados y acciones tendientes al diálogo y al reencuentro civilizado han sido constantes, como le consta a cualquier ciudadano con buena memoria.
La cuarta razón tiene que ver con el reconocimiento a su esfuerzo para mantener la unidad, sin concesiones indebidas. Quiero decir, la unidad del pueblo y la unidad de los revolucionarios. Una prueba de ello es, justamente, el consenso alrededor de su candidatura a la que dieron apoyo ante el CNE, no solo su propia organización, el PSUV, sino todos los partidos, agrupados como bloque en el Polo Patriótico, que cubren el espectro de la izquierda antifascista y antiimperialista. Ellos son (y los anoto porque conviene recordarlos para hacerles justicia) el Partido Comunista de Venezuela (PCV), Patria Para Todos (PPT), Tupamaro, Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), Unidad Popular Venezolana (UPV), Somos Venezuela, Alianza para el Cambio, Partido Verde, Organización Renovadora Auténtica (ORA), y el partido Podemos. Pido disculpas si se me olvida alguno entre tantos.
Expongo como una quinta razón, la de su talento para haber sabido conectarse con la FANB durante estos años, en su papel de Comandante en Jefe. Hay que reconocer que no era fácil, hay que reconocerlo. Sobre todo, habiendo tenido que ejercer la jefatura del Estado con posterioridad al comandante Chávez, que era toda una galaxia con brillo propio en ese universo militar. Pero el caso es que Nicolás Maduro lo ha sabido hacer con mucha sabiduría, a partir de la autenticidad. Y desde luego, a partir de la plena coincidencia en el sentimiento de patria y de soberanía propio de un ejército fundado y dirigido por el propio Libertador. Viniendo desde el seno del pueblo, como viene, ha sabido encontrarse y compenetrarse con ese “pueblo soldado” que es la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
La lealtad a Chávez a prueba de todo es la sexta razón. Una lealtad a Chávez que, obviamente, tiene su correlato en una profunda lealtad al pueblo chavista (que es mucho pueblo en términos cuantitativos y cualitativos) y a su proyecto revolucionario. Una lealtad que es amor y compenetración total. Tener a Nicolás Maduro en la presidencia de la República, es una especie de garantía, así lo creo, de que esa carga histórica de las muchas generaciones que nos precedieron en la lucha por la emancipación total, con todos aquellos sueños que la nuestra ha sabido recoger y sintetizar, va a ser honrada y llevada hasta sus últimas consecuencias. Pues cuando decimos “nosotros venceremos” con aquella fuerza que nos sale del alma, lo estamos expresando a partir de la confianza en nuestro pueblo, o sea en nosotros mismos y, por supuesto, en nuestros líderes, entre los cuales destaca Nicolás Maduro.
Otra buena razón, que sería la séptima, es su claridad para actuar geopolíticamente en defensa de la unidad latinoamericana y de un mundo pluripolar con base al respeto a la dignidad y soberanía de todos los países. Y a partir de allí, su capacidad para organizar y mantener las relaciones internacionales, sin subordinación a ningún poder hegemónico, siempre del lado de los pueblos que luchan por su emancipación y de las naciones que defienden su independencia, contra el neocolonialismo y el imperialismo, en el marco del derecho internacional. Una política que viene desde la época del gobierno de Chávez y que Nicolás Maduro ha sabido sostener e impulsar a través de la diplomacia de paz, diciendo las cosas que hay que decir en los distintos escenarios, sin intereses subalternos, para contribuir a hacer de Venezuela, como así ha sido, una referencia de dignidad.
“Obreros y obreras de la patria; (…) ésta es una revolución obrera también y obrerista y defendida por los trabajadores”. Lo había dicho el comandante Chávez tan temprano como en abril de 2003. Una revolución a la que Chávez fue definiendo además, y adjetivando, o mejor dicho sustantivando, a lo largo del tiempo, como campesina, indígena, estudiantil, cultural, popular, militar, patriótica… Y como nos consta que de todas estas fuentes bebió Maduro, siendo trabajador él mismo y con clara conciencia de clase, he aquí una octava razón para darle nuestro voto con la seguridad de que todas esas facetas estructurales de la revolución no se irán perdiendo en el camino. Lo ha demostrado en estos, ya once, años que lleva liderando la revolución y contribuyendo a crear, sostener y consolidar “esa nueva hegemonía histórica: el nuevo bloque histórico, socialista, patriótico, nacionalista, antiimperialista”, tal como lo expresó también el comandante Chávez en 2011.
La novena razón, es el reconocimiento a su capacidad probada como Presidente, para haber ido aguantando, sin quebrarse, la brutal guerra económica que nos ha declarado la “Comunidad Internacional”, vale decir, el conjunto de naciones con gobiernos sometidos a la voluntad imperial de los EEUU. Y a que lo haya sabido hacer sin renunciar a la mirada socialista. Creo que, en esa compleja partida de ajedrez con quienes quieren dañar el país, socavando su capacidad productiva y su sistema financiero, para destruir el bienestar de los ciudadanos y con ello debilitar el temple revolucionario, Nicolás Maduro ha sabido mover sus piezas con la inteligencia necesaria. No solo para impedir estratégicamente una victoria del enemigo en ese campo, sino además para ir armando una alternativa de victoria que garantice una prosperidad generalizada para nuestro pueblo.
En estos últimos años lo hemos visto con una paciencia felina, singular y revolucionaria, propia de los auténticos grandes líderes, planificando los desenlaces que van a desocupar esa “Plaza Altamira económica” donde el enemigo concentra sus fuerzas en la guerra imperial contra nosotros.
Aunque, en verdad, me quedarían muchísimos por argumentos por exponer, quisiera concluir este decálogo resumido, con una décima razón. La de su permanente y singular disposición a renovar y a renovarse, y hacernos renovar a nosotros, sabiendo buscarle la vuelta a los obstáculos de la realidad, encontrando atajos cuando corresponde, o en otros casos administrando las pausas necesarias, sin necesidad de desandar lo andado, pero recomponiéndose siempre en nuevos ímpetus, nuevos argumentos, nuevas perspectivas para un reflorecer constante.
Termino, como tantas otras veces, con dos frases de nuestro tiempo y de nuestro pueblo que me gustan especialmente y que creo que vienen al caso: