Por: Carolys Helena Pérez González
Desde hace semanas me he encontrado hablando sobre el poder de las palabras, de su capacidad para fortalecer nuestra identidad en la medida en la que crecemos desde ellas.
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, escribió el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein. El diccionario de la Real Academia de la Lengua contiene 93.000 palabras — de las que conocemos no más de 30.000 y usamos de forma habitual unas 2.000 — y se estima que más de 30% de las que utilizamos no aparecen en el diccionario y, aun con eso, todavía dudamos del lenguaje que alimenta nuestros discursos.
Este es un año marcado profundamente por el poder de las palabras, en ellas radica el futuro como una certeza. Creo en el poder de las palabras que acompañan nuestros procederes y aunque siempre repito que más que decir hay que hacer, reconozco que el poder del lenguaje funge como plataforma de encuentro para todas las búsquedas, con una estratégica función para el sostenimiento de lo que hoy somos como fuerza social.
Las palabras construyen conceptos, el concepto de futuro, por ejemplo, lo empezamos a entender desde que asumimos las palabras que lo conforman y está presente tanto en el pensamiento bolivariano como en la doctrina de Chávez, ejemplo de ello lo constituyen el Manifiesto de Cartagena, la Carta de Jamaica y especialmente el Discurso de Angostura, donde el Libertador lo expone con mayor precisión: “Mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas”. También queda expreso en la siempre necesaria lectura del Libro azul, cuando el Comandante Chávez señalaba:
“Llamemos ahora objetivo estratégico a la situación futura de la realidad nacional, a la que se llegará como resultado del proceso histórico, de transformación global, donde las formas estructurales serán totalmente distintas a las imperantes en la situación inicial” e invitó permanentemente a construir un nuevo bloque histórico que sumará a las mayorías en una “superclase” llamada patriotas.
Así que parece sumamente necesaria la concepción del futuro como premisa estratégica, como palabra de poder, como conjura y bandera, para esto que ahora venimos a escribir para la historia.